miércoles, julio 26, 2017

Réquiem por un aguacate

Las tragedias de mi barrio ya me parecen catástrofes universales.

El patio de mi casa colinda con varios patios, pues es mucho más largo que ancho. Casi todos los patios con los que limita tienen árboles. El de la derecha tiene un árbol de hojas alargadas y flores de tonalidades lilas, casi blancas. Aún no sé cómo se llama, pero tiene cierto parecido con las anacahuitas. 

Uno de los patios del lado izquierdo tiene un par de árboles grandes a los que, como en mis anacuas, llegan a posarse parvadas de loros verdes. Una vez la dueña me comentó que los árboles son canelos, y que las bolitas que producen las usan los pericos para afilarse el pico. 

Pero el patio del fondo es mi favorito, pues hay tres aguacates de como unos 20 metros de altura, cuyas ramas abarcan casi todos los patios del rededor. Uno de los árboles en particular es el que colma parte de mi jardín con sombra y frutos.  

Durante la noche corrió algo de aire y, entre sueños, escuché un ruido. Me sobresalté pero no salí al patio a ver de qué se trataba, pues pensé que el ruido lo había soñado. Fue hasta que amaneció cuando escuché que serruchaban ramas y barrían hojas. Salí al patio y caminé hasta el fondo. Esa parte del jardín me pareció más iluminada que de costumbre, así como la cantidad de aguacates que había tirados en el suelo. Al voltear hacia arriba vi con sorpresa -y tristeza- que uno de los aguacates gigantes ya no estaba. El viento nocturno lo había arrancado desde la raíz. Aunque no fue un ventarrón, el árbol -según me enteré minutos después- ya estaba ladeado.

Saqué una escalera y me subí a la barda. Algunos techos de las casas vecinas estaban llenos de frutos ya casi maduros. Mientras me comía un aguacate y platicaba con Mario, el trabajador que, con dolor, hacía añicos el follaje, uno de los vecinos salió a su patio a quejarse "por las hojas". Es un señor de unos 60 ó 70 años al que creo que le dicen Beto. Cuando me lo topo en la tienda de la esquina veo que sólo compra pan y cigarros. Total que el tal Beto salió a decir que las hojas le hacían mucha basura y que los aguacates que caían a su patio le hacían mucho mosco y que bla bla bla. Eché un vistazo al "jardín" del mentado Beto -todo pavimentado- y vi que tenía sillas de plástico rotas, llantas amontonadas, latas de pintura con óxido y hasta un colchón viejo con los resortes de fuera. Me dieron ganas de decirle: "Ya métase a su casa, ya se cayó el árbol, ya no esté chingando", pero mejor lo ignoré y seguí platicando con quien segueteaba los troncos.

Y pues esto fue lo que pasó hoy en el barrio. A veces no comprendo cómo lo que a mí me parece una fortuna (que un aguacate gigante pose sus ramas en mi jardín), a otros les resulte un problema que genera basura y moscos; un "problema" que se arregla simplemente barriendo. Y a veces tampoco comprendo cómo lo que para muchos pudiera ser una situación "común" -la de un vecino al que el viento le derriba un árbol-, para mí se convierte en algo de proporciones mundiales, pues, a final de cuentas, nuestro barrio, nuestra casa, es en donde comienza el mundo.

viernes, julio 21, 2017

La señora de los gatos (última parte)

En El Gargantúa –o Gargantúas– se proyecta de vez en cuando el malamente llamado “cine de arte”; y digo “malamente” porque el cine ya está considerado como un arte en sí y bla bla bla. 

También se organizan tocadas en un patio muy a gusto que hay al fondo de la casona donde está afincado este espacio: tocadas, obras de teatro, exposiciones y todo tipo de eventos relacionados con la cultura y el mundillo artístico de Monterrey. 

De una y media a cinco de la tarde se sirven los ya famosos tacos de lomo de cerdo, la razón que me llevó a reencontrarme con este sitio. Y digo “ya famosos” porque fueron aprobados por Changarreando: un suplemento del periódico más importante de esta ciudad; algo así como “Las Estrellas Michelin Regiomontanas”. Ah, y también se sirve cerveza a precios razonables a personas de apariencia más razonable que en otros lugares. 

Y como les platicaba en el post anterior, en este lugar, detrás de la barra, es en donde trabaja La Señora de los Gatos de mi infancia. 

Confieso que no ahondé mucho en temas personales o en eso de ponernos al corriente con nuestras vidas. Nuestra plática fue más bien un ejercicio de revivir recuerdos del barrio de mi niñez; memorias de las que ya he platicado algunas veces en esta bitácora. Y confieso también que esta coincidencia me resultó un tanto incómoda, pues fue algo así como: "Híjole... qué pena... en verdad te pido perdón por haberte hecho hacer tantos corajes cuando era niño".

Recuerdo que, apenado, le pregunté su nombre, pues siempre la conocí como La Señora de los Gatos o La Regañona de los Departamentos; y que, si no era indiscreción –todos los que dicen esta frase es porque van a preguntar una indiscreción–, cuántos años tenía, pues me había llamado mucho la atención la anécdota de su gato enfermo cuando era una niña y mi papá lo salvó. 

Grosso modo: Luisa tiene 58 años y usa el cabello de color azul. Nunca se casó, nunca tuvo hijos –“Con ustedes tuve, cabrones”, dijo agitando la mano– y sigue amando a los gatos, aunque ahora sólo tiene uno. Le dije que yo tampoco estaba casado, que tampoco tenía hijos y que también tenía un gato. 
Quién iba a pensar que tuviera tantas similitudes con la señora que tuve tantas diferencias de niño.

Pero es viernes y ya es de noche y qué hueva que esté yo aquí platicándoles anécdotas de antaño y coincidencias extrañas. Es viernes y es un buen día para ir a conocer El Gargantúa y conocer en persona a Luisa, para que ella les platique de aquellos niños gorrosos que se subían a la azotea del edificio en donde vivió hace 30 años. Díganle que yo les hablé de ella. Ya otro día irán más temprano a probar los famosos tacos de lomo de cerdo.

lunes, julio 17, 2017

La señora de los gatos

En la esquina de Álvarez Cabral y Diego Velázquez había un pequeño edificio de dos plantas, el único edificio de apartamentos en un barrio que, en aquel entonces, comenzaba a poblarse de residencias. 

Mis amigos de la cuadra y yo solíamos subir a la azotea de aquella construcción cuando jugábamos a Las Escondidas, pues la oscuridad y los tinacos dispuestos en una de las esquinas de la terraza eran garantía de que nadie nos encontraría. 

También subíamos durante el día, para jugar en el desagüe: un tubo de PVC que bajaba por dentro de uno de los muros hasta la banqueta. Una de tantas diversiones consistía en meter por ahí cochecitos Hot Wheels que salían disparados hacia la calle. Recuerdo que una vez la sincronía fue tan perfecta que uno de los carritos fue a dar justo debajo de la llanta delantera de una motocicleta que iba pasando. 

Cuando andábamos con ganas de hacer travesuras, orinábamos adentro del caño para mojarle los zapatos a los incautos que pasaban por la acera. Tenía su chiste esta diablura. Requería toda una logística de sincronización; lo que con los Hot Wheels a veces se daba sin planearlo. Para empezar, se necesitaba beber mucha agua y que alguien del grupo –el que menos ganas de orinar tuviera- cumpliera la función de vigía. El vigía, al percatarse de que alguien se acercaba, tenía que calcular la distancia al tanteo, los pasos que le faltaban a la víctima para pasar por el edificio y el tiempo que tardaban los meados en bajar por el tubo; para de inmediato dar la señal que nos indicaba descargar nuestras vejigas en el boquete del canal, esperando que el chorro fuera certero. Los transeúntes pegaban de brincos cuando los orines se desparramaban por el pavimento, y alzaban la mirada al escucharnos correr atacados de la risa para resguardarnos detrás de los tinacos. 

Las pisadas de nuestra huida siempre nos delataban con la vecina del departamento de abajo, a quien conocíamos simplemente como La Señora de los Gatos. Sí, desde aquel entonces existían señoras con gatos, pero supongo que no se habían popularizado como hoy porque no existía el Internet. En sí no era una señora, pero ya saben que de niños cualquier persona arriba de los 18 años "es un señor". La mujer tendría entre 25 y 30 años, vivía con su esposo, novio o pareja, y siempre que escuchaba nuestros pasos en la azotea, salía a regañarnos y a pedirnos que por favor nos bajáramos de ahí.

Alguna vez nos invitó a pasar a su depa para mostrarnos la cantidad de gatos que tenía. Desde ahí nos cayó mejor. Por tal motivo, intentábamos subir a jugar a la azotea sin hacer ya tanto ruido, para no molestarla, pero no faltaba a quién se le escapara una risa o un grito que hacía que saliera del apartamento para llamarnos la atención por milésima vez y bajarnos de ahí. No recuerdo si alguna vez –harta ya de nosotros- fue y habló con nuestros padres acerca de nuestras travesuras; lo que sí es que tiempo después le pusieron una puerta de fierro al edificio y ya nos fue imposible subir a la terraza. 

Intentamos hacerlo un par de veces: una vez fue trepando por las ramas de un frondoso trueno que estaba a un lado del desagüe, pero su altura se quedaba corta con la del edificio. La otra vez un amigo lo intentó escalando por la pared de enfrente, pues tenía ladrillos saltados, como un acabado moderno; pero tampoco lo logró, así es que tuvimos que olvidarnos de escondernos detrás de los tinacos, aventar Hot Wheels por el desagüe y mojar con orines los zapatos de desconocidos. 

A La Señora de los Gatos la veíamos de vez en vez, cuando salía a fumar al pasillo del edificio o llegaba en su coche y guardábamos la esperanza de que dejara la puerta de fierro abierta y así pudiéramos subir de nuevo a la azotea. Pero con el tiempo dejamos de verla y no volvimos a saber nada de ella.

Sobre la calle Escobedo, pasando Arteaga, en el centro de la ciudad, hay un bar/restaurante/espacio cultural llamado El Gargantúa. Alguna vez fui ahí a ver una película o un grupo o algo culturoso, pero jamás regresé. Nunca volví porque pensé que ya había desaparecido y, antes, venir al centro de la ciudad me parecía todo un problema; hasta que me cambié a vivir aquí. 

Total que resultó que El Gargantúa sigue existiendo: acaba de cumplir 13 años, según un reportaje que vi en el periodicote de la ciudad, por lo que el viernes decidí ir a tomarme un par de cervezas y probar los tacos que recomendaban en el artículo.

Cuando llegué al lugar me senté en la barra. La mujer que atendía detrás del mostrador me informó que ya no estaban sirviendo los tacos que habían recomendado en la crónica del diario: “Son nada más de 1 a 5 de la tarde”, me comentó, y agregó que por el momento tenían sólo tres tipos de guisos, así que decidí pedir uno de cada uno y una cerveza. La mujer, de unos cincuenta años, lentes y cabello liso de color azul, apuntó mi pedido con una pluma en un pedazo de papel, para después transcribirlo en una computadora:

-¿Cuál es tu nombre?, para registrarte aquí en la lista de clientes.

-Gustavo.

-¿Gustavo qué?

-Caballero.

Despegó la mirada del monitor, bajó el rostro y me observó por encima del armazón de los anteojos, sonriendo:

-Te pareces mucho a tu papá.

-¿En serio? ¿De dónde lo conoce?

-Uuuuy, desde hace mucho tiempo... De niña, cuando tenía unos 11 ó 12 años, le llevé a tu papá un gato que se me estaba muriendo; ya no se movía el pobre. Tu papá me lo salvó. No se me olvida. Después fuimos casi casi vecinos. Tal vez no te acuerdas de mí. Vivía a una cuadra de tu casa.

-¿A poco? ¿En qué calle vivía?

-En los departamentos de la esquina de Álvarez Cabral y Diego Velázquez. Soy la señora de los gatos.

Continuará...

lunes, julio 03, 2017

Concursos de caricatura

Este año le he estado entrando a todos los concursos de caricatura de los que me entero. De marzo a la fecha he mandado más de 30 dibujos a 17 concursos en diferentes partes del mundo: España, Luxemburgo, Chipre, Dinamarca, Noruega, Turquía, Brasil, etc. 

La temática de los certámenes ha sido variada, desde "Cultura", "Libertad de Expresión", "Ecología" y "Comunicación"; hasta "Sal y Pimienta", "Caracoles" y "Aceitunas".

Algunos concursos otorgan premios económicos y pagan los viáticos de los ganadores para que estén presenten en la ceremonia de premiación; otros sólo mandan diplomas, trofeos virtuales o conceden el honor de exhibir tu obra junto a los 10, 20 ó 50 dibujos seleccionados como "los mejores".

Para no echarles tanto rollo, a continuación les presento algunos cartones que he mandado a estos certámenes, a ver qué les parecen. Si alguno o varios les gustan, siéntanse con la libertad de compartirlos.

En Italia -no recuerdo la ciudad- hubo un concurso cuya temática era "La Cultura"; así, en general. Confieso que batallé un poco para que me vinieran un par de ideas a la cabeza, pues "cultura" es un tema muy amplio. Pero la inspiración llegó y éstas fueron mis dos propuestas:  
En la ciudad de Viborg, en Dinamarca, se llevó a cabo el quinto Niels Bugge Cartoon-Award. El tema a tratar fue "Comunicación" (también, un tema amplísimo, pero con el que batallé menos para que se me ocurriera algo). Éstas fueron mis tres propuestas:
En Luxemburgo -en la villa de Vianden- se llevó a cabo el Décimo Concurso Internacional de Caricatura y Cartón, cuya temática era "Abejas y Felicidad". Sí, a veces las temáticas son peculiares, pero no dejan de ser divertidas. Estos fueron los tres dibujos que mandé, los cuales fueron seleccionados para la exposición en el Museo del Cartón y Caricatura de Vianden:
En Turquía hubo un certamen sobre la relación de los libros y la civilización. Yo creo que, hasta el momento, ha sido mi favorito en cuanto a temática. Aquí mis dos propuestas:
En Canadá se llevó a cabo el "F for Fake", sobre noticias falsas. Aquí pueden ver al ganador de este año y a los de años anteriores. Mi propuesta para este concurso fue la siguiente:
A Irán -país donde se llevan a cabo demasiados certámenes de caricatura y cartón político- mandé este dibujo, pues la temática era el respeto de las diferencias: 
A Noruega mandé estos tres dibujos para el Primer Concurso de Caricatura Internacional sobre la Libertad de Expresión. Cabe aclarar que quien ganó el primer lugar de esta competencia fue un colega mexicano:
Estas cinco las mandé al concurso de caricatura que organiza año con año el Festival de la Aceituna que se lleva a cabo en la municipalidad de Kyrenia, en Chipre. Estos dibujos sí tuve que enviarlos físicamente, es decir, por correo tradicional, pues era una de las reglas del evento. Los originales no se devuelven, se exhiben en el evento y pasan a formar parte de los archivos del Museo de la Caricatura de aquella localidad.
En Irán se realizó otro concurso, ahora con temática anti Trump. Me di vuelo con el nefasto tipo y se me ocurrieron varias ideas. Estas tres fueron las que más me gustaron:
A Rumania mandé este dibujo sobre la sal y la pimienta, el cual gustó y quedó seleccionado entre los 25 mejores para ser exhibidos en el evento y publicado en una revista llamada como la temática del certamen: "Salt and Pepper":
Y pues ya; por el momento es todo. Algunos cartones no los he subido a mis redes sociales porque aún no han dado los resultados de los concursos, pero teniendo respuestas de los jurados se los comparto con gusto. Mientras tanto, seguiré participando. Saludos y buen inicio de semana.