martes, junio 13, 2017

Regios payasos

Si algo no tiene Monterrey es coulrofobia; al contrario: la ciudad siempre ha tenido una extraña fijación hacia los payasos. ¿No me creen? Hagamos un listado: Los Chicharrines, Los Payasónicos, Los Vips, Tomy, Betín, Panchín, Duglín, Ratón, Campita, Globito, Zancudín, Chirriscuas, Cepillín, Tolocho, Lochito, Las Muñequitas, Bely, etc.; todo esto sin contar la cantidad de patiños, botargas y payasos sin maquillaje que hubo, hay y siguen reproduciéndose como Gremlins: Mayito Bezares, Chavana, Juan Pestañas, Lázaro Salazar, el perro Romel, Beto el de Bely, El Tiburón Molacho, La Pulga Traviesa, El Bronco y demás.

Sí, lo sé, queridos lectores: Monterrey tiene unas filias un tanto retorcidas; de hecho, me sorprende que no haya todavía un payaso que se llame Carnita Asada o Parrillita o Asadorsín o Arracherita o algo por el estilo. Y sí, lo sé, queridos lectores: lo más retorcido es que yo -hombre letrado y Premio Nobel en Mafufadas- me sepa todos esos nombres de la lista, snif. Pero bueno... 

A lo que iba es que Pipo ha sido el más famoso de todos los payasos de esta ciudad gracias a que tuvo uno de los programas más longevos de la pinchurrienta televisión regiomontana. Incluso después de su muerte le hicieron un mega homenaje al que vinieron payasos de todos los planetas, le pusieron su nombre a una calle y a un parque, y hasta le hicieron ¡un museo! Sí, un museo dedicado a un payaso: así de cabrón creen que está el tal Pipo. No dudo que al rato lo quieran hacer Patrimonio de la Humanidad o una mamada así. 

Pero dejando a un lado toda esta idolatría por el maquillaje y las pelucas de colores de los regios, yo me quedo con la leyenda urbana que envuelve a este personaje de pelos de escobeta anaranjados; ese mito que siempre sale a relucir cuando uno recuerda su infancia regia: la del Pipo pederasta; la del Pipo que le hacía tocamientos a los hijos de los empleados de intendencia del Canal 2; parafilia que -dicen- proyectaba inconscientemente en su programa con el tan famoso pip pip. "¿Quieres pip pip?", les decía Pipo a los niños que merendaban en vivo en el estudio, para de inmediato apachurrarles un par de veces la nariz con el pulgar y el índice. Ésa era su gracia; con eso soñaban los niños de Monterrey: con que Pipo les hiciera pip pip.

Y la pregunta sigue siendo: ¿qué pedo con los regiomontanos y su fijación con los payasos? Lo único que puedo responder es que la gente de Monterrey es muuuy extraña... muuuy extraña.

lunes, junio 05, 2017

La normalización de los males

Siempre me acuerdo de una anécdota que me contó un amigo que trabajó durante diez años en Ecuador. Decía que allá "lo veían feo" cuando pedía una Coca-Cola en el desayuno. Cuando esto sucedía, se justificaba diciendo que en Monterrey, su ciudad natal, era de lo más normal acompañar unos tacos mañaneros con una Coca-Cola; cosa que los ecuatorianos veían con algo de incredulidad y horror.    

Menciono esta anécdota porque así como se volvió normal pedir una Coca-Cola a las ocho de la mañana para acompañar unos tacos de barbacoa o guisos, así, sin darnos cuenta, se han ido normalizando muchas cosas; pero pienso especialmente en el miedo y en la violencia. En la normalización del miedo y la violencia.

El primer crimen que conmocionó a mi generación y marcó para siempre al Monterrey moderno, fue el asesinato del niño Hernán. Lo secuestraron en 1986 saliendo de la escuela; los captores pidieron un rescate millonario a su familia y, tiempo después, su cuerpo fue encontrado estrangulado dentro de un costal de ixtle, en el fondo de una noria, en el municipio de Villa de Santiago. 

Yo iba a cumplir 10 años. Me acuerdo que en mi colegio había varios familiares de Hernán. Uno de ellos estaba en mi salón y creo que otro -u otra- iba en el salón de mi hermana -no recuerdo si eran hermanos o primos-; pero me acuerdo que uno de estos niños -el más cercano, supongo- faltó algunos días a clases. A su regreso, el director del plantel se apareció en el salón, dijo algunas palabras y pidió que los alumnos nos pusiéramos de pie y abrazáramos al niño. Titubeantes, obedecimos, y esquivando los pupitres nos acercamos hasta donde estaba sentado; cabizbajo. Al sentir los abrazos de sus compañeros, el niño se soltó llorando. Todo el salón hizo lo mismo. 

Pero recuerdo que no fue un llanto de compasión, sino más bien de incertidumbre. Nuestras miradas buscaban posarse en algún punto fijo, pues no estábamos seguros de lo que acababa de suceder; no entendíamos bien a bien lo que había pasado. Si no entendíamos la muerte como un proceso natural, ¡menos la muerte de un niño de nuestra edad! (y de esa forma tan horrible). Eso no sucedía ni en las películas de terror, y parecía que nuestro mundo se acababa de convertir en algo peor: en un mundo ya no de monstruos ni fantasmas, sino de villanos reales que mataban niños. Y no entendíamos nada. Quizás el dolor de unos compañeros que habían perdido a alguien querido. Y el miedo. Mucho miedo. El miedo de salir a jugar al parque, de soltarle la mano a nuestros padres en el centro comercial; miedo al robachicos, al Viejo del Costal, al albañil y al velador que cuidaba la construcción de la cuadra. Y el miedo se volvió normal. Se volvió costumbre temerle al pobre, desconfiar del extraño, cuidarse de los desconocidos que te sonreían en la calle...
Y de un tiempo a la fecha lo mismo sucedió con la violencia: ya no nos sorprenden los robos, los asaltos a mano armada, las extorsiones, los asesinatos a plena luz del día, los descuartizados, etc. Incluso les decimos "malitos" a los criminales. La violencia se han vuelto algo normal, y cuando algo se normaliza, deja de calar; se borra de nuestros radares; nos insensibiliza; se nos hace un callo...

El miedo y la violencia se volvieron tan normales como atascarnos de carne y amanecer crudos los fines de semana. Se volvieron tan normales como ver las montañas a diario: que si un día las dejamos de ver, ni cuenta nos damos. Se volvió habitual tener idiotas en la televisión y en las redes sociales haciéndose pasar por líderes de opinión que repiten una y otra vez lo mismo. Se volvió común usar "indio" como insulto, pagar todo más caro y decirle "naco" a quien no pertenece a nuestra condición social. Se volvió natural tener mentirosos, cínicos, rateros y corruptos en el poder. Todo lo malo se ha normalizado, se ha hecho costumbre; incluso virtud. Se ha vuelto parte de nuestra idiosincrasia, de nuestro sentido del humor, de nuestra picardía. Preferimos reír a llorar.

Y así vivimos desde hace años: como la rana en la olla. Hirviendo lentamente hasta que, sin darnos cuenta, terminaremos cocidos. Si no es que ya lo estamos.

viernes, junio 02, 2017

Breve texto sobre la breve historia del progreso

En Breve historia del progreso, Ronald Wright, su autor, asegura que las élites de todas las civilizaciones se vuelven extremistas o ultraconservadoras cuando encaran su final, es por eso que exprimen hasta la última gota de cuantos recursos humanos y naturales tengan a su disposición.

Esto podría explicar el actuar de Donald Trump hacia todo lo que tenga que ver con el medio ambiente. Incluso pudiera explicar la voracidad y rapiña descarada de los últimos gobernadores de la mayoría de los estados de México (que si antes eran ratas, estos últimos salieron ratas gigantescas).

¿Será que Los Estados Unidos de América perciben su inminente final como el imperio global que siempre han pretendido ser? ¿Será que los gobernadores mexicanos -y políticos en general- advierten la caducidad y desaparición definitiva de sus ancestrales partidos? Podría ser... La cosa es que, en lo que desaparecen (que esperamos, sea muy pronto), dejarán a su paso incertidumbre, caos y desolación, snif.

Para complementar este pequeño escrito, les comparto tres caricaturas que mandé a un concurso "antiTrump"en Irán. Espero les gusten: