miércoles, julio 20, 2016

De baños de vapor, cines porno y sindicatos (segunda y última parte)

La Sala Chaplin, como casi todos los cines de la ciudad, empezó siendo “terraza”. Me explica don Eduardo, mi guía y Secretario de Organización del Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica (STIC), que las terrazas eran "los cines de antes": espacios al aire libre -bardeados, pero sin techo- en donde se pagaba un boleto para ver proyectadas en una pared hasta tres películas. "Por eso lo del término Permanencia Voluntaria, porque podías quedarte a ver las tres películas por el mismo precio o retirarte después de la primera o segunda", aclara. Como dato curioso, don Lalo también me comenta que las personas acostumbraban llevar sus propias sillas o cobijas cuando hacía frío. "Como ahora, que llevan su propia comida escondida en las bolsas", remato, y sonríe. Las funciones en las terrazas se cancelaban sólo cuando llovía.

Según el libro Historia del Cine en Nuevo León, del licenciado Rogelio Pérez Garza, allá por los años cincuenta había en Monterrey más de 30 terrazas, las cuales fueron desapareciendo con el tiempo, hasta que a principios de los años setenta ya no quedó ninguna. Las que corrieron con suerte, como la terraza del Chaplin (antes, terraza Brasil), se convirtieron en cines o en autocinemas (que también ya desaparecieron, snif); pero a la fecha ninguna terraza existe como tal (ojo aquí, hípsters: potencial negocio nostálgico).

Don Lalo no para de platicar mientras salimos de los baños de vapor y nos encaminamos a la Sala Chaplin. Bajo la marquesina del mítico cine, el hombre saca un llavero del bolsillo y elige por inercia una de las llaves, la introduce en un cerrojo y desliza el enrejado corredizo que protege al lugar. Entramos a la taquilla y ahí me presenta al encargado (cuyo nombre olvidé, snif) y a un gordo malencarado y sin camisa que hace la limpieza del cine. Don Lalo, queriéndole dar la importancia debida al encargado de la taquilla, deja que él me explique el funcionamiento de la sala y siga con el recorrido. "Te veo a la salida", se despide y se va a las oficinas del sindicato.

La Sala Chaplin abre todos los días. Hay 6 funciones entre las 12 del mediodía y las 22 horas. Se proyectan tres películas en 35 mm y otras tres en DVD. La entrada cuesta $65 pesos, pero las mujeres entran gratis si van acompañadas de un caballero, como anuncia un pizarrón de terciopelo negro, en el que ponen también con letras de plástico blanco, los títulos: "Sexo a Domicilio", "Orgía en el Cuerpo"... El cine tiene capacidad para unas 300 personas. Lleva tiempo que no se llena.
Por un lado de la dulcería, recorremos un oscuro pasillo hasta topar con unas escalera metálicas en forma de caracol. "Cuidado con la cabeza", me dice el encargado, que supongo me vio muy frentón, snif. Y sí: los escalones me pasan a centímetros de la cabeza a pesar de que subo encorvado. Llegamos a un cuarto amplio, lleno de cajas y polvo, en donde hay una puerta muy discreta: es la sala de proyección.

La sala de proyección es un diminuto cuarto con algunos carretes de película, bancos desgastados, papeles amontonados y frases motivacionales o de La Biblia escritas en cartón y pegadas sobre una pared. Lo impresionante del lugar son los proyectores: hermosas reliquias centenarias dignas de un museo. En verdad que son un portento tecnológico, el sueño húmedo de cualquier friki del steampunk. "Estas máquinas las opera don Lalo", me dice el hombre con orgullo.
Proyector. Chequen los ductos para sacar el aire caliente.
Del cine Chaplin había escuchado las mismas leyendas urbanas que del Aracely. Leyendas urbanas que acostumbran tener los sitios que permanecen en el olvido o están en vías de extinción; a minutos de convertirse en naufragios arquitectónicos, como la mayoría de las construcciones del centro de mi ciudad; pero gracias a la labor de estos hombres y este sindicato, permanece vivo un fragmento de historia de Monterrey que, por lo pronto, no se perderá en el tiempo, como tantos otros.

La verdad nunca había entrado a un cine porno. Es toda una experiencia. Sí, hay un halo de depravación e insalubridad que nada más de pensar en ello, saca ronchas. Pero es parte de la aventura. Sí, cuando uno entra piensa en gente masturbándose, en parejas cogiendo o en depravados sentados en los asientos del fondo, al acecho; y pues sí: da escalofríos. Pero he de confesar que lo más bizarro del cine Chaplin es el gordo malencarado que trapea la sala en calzones largos. Fuera de él, todo es "normal". Vayan y compruébenlo ustedes mismos. La Sala Chaplin está en Héroes del 47, casi esquina con Carlos Salazar; y ya de pasada se van a los baños de vapor del STIC.

Salgo del cine, voy a las oficinas del sindicato y le agradezco a don Lalo y a don Rogelio su tiempo y sus atenciones, prometiéndoles escribir esta humilde crónica.
Insisto: lo más escalofriante del Chaplin es este gordo sin camisa que limpia los pasillos.

viernes, julio 08, 2016

De baños de vapor, cines porno y sindicatos (primera parte)

Hombres muy hombres del mundo que leéis este blog, os pregunto: si alguien del sexo masculino los invitara a pasar una linda tarde metidos en unos baños de vapor exclusivos para caballeros, con masajistas varones, ubicados en unas calles semiolvidadas del centro de la ciudad de Monterrey, al lado de una antigua sala de cine porno que todavía proyecta películas cochinonas: ¿irían?

Dan ñáñaras, ¿no? Uno de volada se imaginaría en un torneo de espadazos con "Everybody Dance Now", de C&C Music Factory, como fondo romántico. ¡Pero no! La verdad es que suena más sórdido de lo que es. Yo lo comprobé, y a continuación les cuento mi varonil y para nada gay experiencia (digo, para aquellos que siguen teniendo aversión y prejuicios hacia eso):

En la esquina de Héroes del 47 y Carlos Salazar, justo a un lado de la mítica Sala Chaplin, hay unos baños de vapor. Supe de su existencia apenas hace un par de meses, cuando me mudé a vivir al centro de la ciudad y un día decidí recorrer las calles del rededor en mi bicicleta. “Turco, ruso y suizo”, advierte una estructura de metal con una lona que cruza de lado a lado y divide por la mitad el edificio. La lona también tiene unas siglas que nunca en mi vida había visto: "STIC". Guiado por esa cosa que dicen que mata a los gatos, me acerqué un poco más al edificio para salir de dudas, y me percaté que STIC significa Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica. "Pero ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?", me pregunté. "¿El señor Spielbergo estará ahí adentro?". Fue entonces que mi Sherlock Holmes interior hizo que me bajara de la bicicleta para cruzar las puertas de cristal del edificio con la única intención de pedir una entrevista con alguien y poder realizar una pequeña crónica urbana de lugares poco comunes -o en vías de extinción- en Monterrey.
Total que como les comentaba, entré a la recepción para pedir informes, hablar con el dueño o el encargado y aclarar todas mis cuestiones. La mujer al frente de la recepción me dijo que "a la vuelta" podía "hablar con alguien". "A la vuelta", entre el mítico cine porno y los baños de vapor, resulta que había otra puerta de vidrio, más discreta que la de los baños. "Ahí puede atenderlo el licenciado Rogelio". "¿Será el licenciado Rogelio el señor Spielbergo?", pensé, y, emocionado, salí de inmediato de ahí empujando mi bicicleta para entrar a las susodichas oficinas. Había fotos de líderes sindicales en las paredes. Eran las oficinas del STIC. De la Sección #26, para ser más específicos. Mientras esperaba a que me atendieran, seguía preguntándome qué demonios tenían que ver unos baños de vapor para caballeros con el Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica. Y fue entonces que don Rogelio salió de su despacho y aclaró todas mis dudas.
Don Rogelio Pérez Garza es un hombre de 76 años, de bigote casi rubio y ralo. Bien peinado y de vestir impecable. Me recibe amablemente en su despacho y va al grano: "¿Qué quieres saber y dónde lo vas a publicar?". Ya que le explico, el señor se suelta platicando. Don Rogelio es el Secretario General del STIC, donde lleva décadas. Al STIC están afiliados boleteros, dulceros, proyeccionistas, empleados que limpian el desmadre que dejamos al acabar la película, etc. Entre muchas de las labores que desempeña este señor, también es escritor e historiador de Monterrey. Ha escrito una decena de libros, entre poesía, historia del cine, cuentos y literatura infantil. Me dice que desde niño trabajó como proyeccionista en varios cines y terrazas de la ciudad, y que el Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica es dueño de los baños de vapor, del cine Chaplin, del Aracely (también para adultos, pero ahora en renta) y un salón para eventos arriba de la sala Chaplin. Lo que se recauda de estos negocios se reparte en $2000 pesos mensuales para cada uno de los más de 200 pensionados que hay.
Libros que ha publicado don Rogelio.
Antiguo aparato para editar película.
En eso, don Rogelio hace una llamada, y aparece en la oficina don Eduardo, un tipo un poco más joven que el Secretario General, bien vestido y de semblante bonachón, que, para mi asombro, es el proyeccionista de la Sala Chaplin y el Secretario de Organización del STIC. Don Eduardo amablemente se ofrece a darme un tour por los baños de vapor, el salón de eventos y el cine Chaplin, y me autoriza tomar algunas fotografías para reforzar este pequeño reportaje.

Don Eduardo también me platicó muchas cosas. "El baño turco y el ruso en sí son saunas húmedos, el baño suizo es una cabina que avienta agua por todos lados. Ahorita sólo tenemos una porque es tecnología muy cara", me dice. La entrada a los baños cuesta $130 pesos; $110 para los del INAPAM (Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores). Don Lalo me comenta que el lugar se remodeló en el año 2004, porque antes había un área para mujeres, pero no eran clientes tan frecuentes como los hombres, por lo que decidieron quitar ese espacio. A los baños de vapor del STIC entra "todo tipo de gente". No se reservan el derecho de admisión. "Es un lugar democrático". También hay gimnasio y bar.

Don Edurdo, sin borrar esa disimulada sonrisa que parece grabada en su rostro, me va mostrando cada uno de los rincones de los baños de vapor y explicándome un poco de su historia. Tomo algunas fotografías. Hay clientes. Los niños van con sus papás. Vapor. Paredes empañadas. Gotas escurriendo por todos lados. Balastras y tubos fluorescentes. Salimos del lugar y don Eduardo me dice: "Ahora vamos a la Sala Chaplin". Se me pone la piel de gallina nomás de recordar todas las leyendas urbanas que he escuchado de ese lugar.

Continuará...
Don Rogelio y don Eduardo.