jueves, noviembre 28, 2013

Ya no hacen a los stalkers como antes, snif

Hay cuatro cajas de cuyo contenido nunca he podido deshacerme. En una guardo montones de fotografías y negativos de fotografías que nunca imprimí; en otra, cuadernos con dibujos de cuando tenía 10, 11, 12 y 16 años; otra tiene revistas que coleccionaba en los años ochenta y principios de los noventa (Video Risas, Simón Simonazos, El Loco Max, etc.); la última contiene las caricaturas y tiras cómicas que he publicado a lo largo de 16 años en distintos medios impresos y digitales... aunque también algunas curiosidades.

Ayer que por fin decidí deshacerme de lo más que pudiera del contenido de una de las cajas, encontré esto:
En aquel tiempo una amiga de la carrera que hacía prácticas en el periódico El Norte, de Grupo Reforma, me hizo una entrevista para un suplemento juvenil. Recuerdo que contesté algunas preguntas obvias, me tomaron fotos en poses ridículas y me pidieron que hiciera caricaturas de "chavos famosillos" -según los parámetros del periódico- de la ciudad.  La entrevista salió un miércoles y, para el fin semana, yo ya tenía trabajo: me contrataron para hacer tiras cómicas "con temática juvenil" y caricaturas de "chavos famosos" en las ediciones suburbanas de ese diario, en donde laboré durante 13 años.

Y bueno, pues resulta que alguien leyó la entrevista, recortó mi foto ultra sexy con pelo de hongo, le dibujó un corazón con tinta negra, la pegó en una hoja cuadriculada, escribió lo que sentía y me la dejó en el limpiaparabrisas del coche del  amigo que me daba ride al salir de clases. 

Supuestamente en aquella época yo "tenía dueña", como dice en su postdata la romántica epístola. Pero ya ni me acuerdo. Tal vez era una de esas noviecillas inmaduras que no cuentan porque te duran tres semanas. La cosa es que nunca supe quién me mandó este recado porque quien lo escribió nunca hizo acto de presencia, y pues me quedé como Penélope o la loca ésa del muelle de San Blas, snif. 

A lo que voy es que: ¡qué romántica era la stalkeada de antaño! ¡Qué bonita! Ahí sí había que pelársela si se quería acechar a alguien. Nada de redes sociales ni whatsappes ni fotitos regadas por todos lados: pura investigación de campo.

Investigar quiénes eran las amigas del objeto de deseo, hacerte amigo de ellas, conseguir el teléfono de la víctima, conseguir su dirección, pasar de noche en el coche de algún amigo, brincarte la barda, pegar una flor y una cartita en la puerta, salir corriendo cuando los perros se despertaban y correr más rápido cuando la noche se iluminaba con el brillo parpadeante de las torretas de las patrullas (esto me lo contó el amigo de un primo de un tío, cof, cof)... ¡Qué bonita era la stalkeada de antaño, en serio!

Esos sí eran stalkers y no chingaderas.

jueves, noviembre 21, 2013

Hipsterízame el negocio

Es por todos conocido que a los hipsters les encanta hacer derivaciones lingüísticas muy mamonas de sustantivos comunes para bautizar sus negocios artísticos/gourmet/orgánicos/independientes. En otras palabras, los hipsters tienen esa manía de agregarle el sufijo "ería" a todas las palabras del mundo, así suenen de la verga.

Por ejemplo: si un hipster pone un restaurante de mariscos en donde -supongamos- la especialidad es el pulpo, nombrará a su negocio “La Pulpería”. Si en el restaurante la especialidad es la mojarra frita, le pondrá "La Mojarrería", y, si lo chingón son los ostiones frescos en su concha, pues le valdrá madres y nombrará a su changarro "La Ostionesfrescosensuconchería".

Obviamente hay reglas para esto de los nombres. Un hipster nunca utilizará una palabra "ya hipsterizada", por decirlo de algún modo. Por ejemplo, las palabras "pizzería", "cocktelería" y "taquería" son palabras que nacieron ya hipsterizadas, pero no son hipsters; ¿no sé si me explique? 

Para que una palabra sea hipster hay que meterle más feeling, que suene indie, que cambie su esencia humilde por la soberbia y que sea -la mayoría de las veces- impronunciable. Por lo tanto, si el hipster decide abrir un food truck o un pequeño puesto de comida italiana, lo llamará "La Focacciería", "La Boloñesería" o "La Mozzarellería", pero nunca se referirá a él como pizzería o trattoría. Si la especialidad del comercio son los tacos, obviamente no lo llamará "La Taquería", pero sí lo llamará "La Pastorería" o "La Trompería", por aquello de los tacos al pastor (o de trompo); o "La Campechanería", por aquello de los tacos de bistec con trompo. ¿Me explico?

Y no sólo en el ramo alimenticio aplican estos nombres. La hipsterización de los negocios aplica en todos los rubros. Por ejemplo: si vendes persianas puedes llamar a tu establecimiento "La Persianería"; si vendes cocinas, "La Cocinería"; si eres abogado o notario, puedes llamar a tu despacho "La Justiciería" o "La Leyería". Pa´todos hay. ¡Pero ojo! Recuerden que hay reglas. Si vendes muebles no puedes tener una "mueblería"; debe ser una "sofafería" o "sillonería". Aunque "mueblería" sea una palabra ya hipsterizada, no es hipster, como tampoco lo son "papelería", "ferretería", "panadería" o "bonetería".

Y así nos podemos seguir hasta el infinito. Incluso los comercios más oscuros y bizarros pueden hipsterizarse. Digamos que eres un hipster místico, de ésos a los que les gusta la onda new age y los polvos mágicos y las hierbas que curan. Por obvias razones no puedes llamar a tu negocio "La Hierbería", pues ya hay un chingo de ésas y el nombre carece de punch; por lo tanto debes elegir algo más místico, más acá, algo así como "La Milagrería" o "La Nahualería" o "La Remediería". Recuerda que entre más imposible sea el nombre, mejor.

El mundo se hipsteriza rápidamente, chavos. Ya hay "caguamerías", "gourmeterías", "popcornerías", "ensaladerías", "pozolerías", "chilaquilerías", "molleterías", "tostaderías", "butcherías" y "fisherías" (un sustantivo en inglés al que le agregas el sufijo "ería" te hace un dios); por lo tanto, hay que hipsterízarse. Recuerden que no importa que nuestro bissness sea exitoso, lo que importa  es que suene hipermamón. 

P.D. Si no existieran los internetes les pediría de favor que me prestaran su diccionario español-hipster/hipster-español para saber qué diablos vende el bodrio de negocio de la foto de arriba, pero gracias a Google ahora sé que pox es un tipo de aguardiente, y: ¿por qué no llamar La Poxería al lugar en donde venden pox?

P.D. 2 Los odio, pinches hipsters.

lunes, noviembre 18, 2013

Adiós, D.F.



Sacrificios humanos, adoración de dioses, tlatoanis que heredan su puesto, ruinas y más ruinas ... Nada ha cambiado, snif. 



Pulque de frambuesa. También probé el de melón y el de avena. Una maravilla de alimento.


Comida rápida, rica y barata, aunque no tan barata como los 5 tacos por 12 pesos afuera del hotel.

Anuncio jocoso.

Galería hipster con precios inflados.

No se vayan a atragantar.

Alebrije chingón.

Intelectual mandilón.

Mi stand.

Una feliz lectora del Escuadrón Retro.

miércoles, noviembre 13, 2013

Festo Cómic

Del jueves 14 al domingo 17 de noviembre -o sea: ya- estaré en la Ciudad de México para asistir al FESTO Cómic -o Festival de Autores de Cómic-, evento que se llevará a cabo el sábado 16 y el domingo 17 en el edificio del Centro Nacional de las Artes (CENART, por sus siglas), en el marco (siempre quise decir "en el marco"; se oye muy formal) de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (FILIJ 33). El 14 y el 15 andaré nomás turisteando, por si andaban con el pendiente (ya puse muchos paréntesis).

Llevaré libros del Escuadrón Retro, playeras, separadores de libro de La Neta del Planeta, postales, haré dibujos y, sobre todo, les agradeceré por disfrutar de mi trabajo y seguir siendo mis lectores.

Las playeras cuestan $90 pesos. Hay dos estilos en 10 colores diferentes. En la compra de una playera hay regalitos.
Las postales y los separadores cuestan $5 pesitos cada uno, pero se regalan 3 en la compra del libro o de una playera.
 
El libro tiene un precio de $100 pesos, va autografiado, con dedicatoria, garabato personalizado, con su separador del Escuadrón Retro y un par de postales o separadores de La Neta del Planeta, los que ustedes elijan.
¡Ahí nos vemos!

miércoles, noviembre 06, 2013

La Chilindrina tras los barrotes

Quito el pasador y deslizo con dificultad el portón gris. Los crujidos metálicos que produce mientras corre por el canalete de fierro retumban en el área de celdas. 

Apenas entro y el olor a sudor y orines me patea el rostro. Llevo casi un año trabajando como alcaide en un pequeño municipio cercano a Monterrey y no he podido acostumbrarme a la pestilencia. Dicen que por esa razón el portón gris debe permanecer cerrado, más que por "seguridad". 

Camino por el pasillo. Los reclusos duermen en el suelo detrás de los barrotes. Se tapan con cobertores deshilachados que sólo con verlos me producen escozor en la espalda y en los brazos. Algunos detenidos se han quitado los pantalones, los han hecho rollo y los usan como almohadas; las mangas de sus camisas a veces las arrancan y las usan para limpiarse después de ir al baño. “Estar aquí no es ningún premio”, me dijo un comandante la vez que solicité rollos de papel higiénico para los internos. 

Anoche encerraron a El Marras, El Cholo, La Chilindrina y Verdugo, conocidos teporochos reincidentes que también gustan de inhalar tolueno y resistol. Son viciosos escandalosos, pero ninguno tiene antecedentes de robo, violencia familiar o cualquier otro delito más grave. 

A La Chilindrina le dicen así porque siempre que lo detienen llora alegando que no estaba haciendo nada malo, y amenaza desde el primer filtro -la celda donde se les retiran sus pertenencias- con matar a todos, enrojecido el rostro y empapado en lágrimas. "¡Waaaaa waaaaa waaaaa!", le hacen burla los oficiales desde la barandilla mientras imitan los ademanes de la niña chillona de El Chavo del 8

Yo procuro llamar a todos los detenidos por su nombre. La Chilindrina se llama Sergio; El Cholo, Ponciano; El Marras, Ramiro; Verdugo así se apellida. Y así como yo los llamo por su nombre, les pido que a mí me digan Gustavo en vez de Licenciado. La Chilindrina me dice "Tavo". 

“La Chilis”, como le dicen algunos uniformados, tiene sus lapsos de lucidez cuando no llega tan drogado ni agresivo: "¿Qué ganan teniéndome aquí encerrado 36 horas, Tavo?", me cuestiona. "No traigo dinero para pagar la multa: no ganan nada; y tampoco voy a dejar el vicio: me gusta andar drogado. ¿Qué ganan teniéndome aquí?". Y le doy toda la razón. No ganamos nada ni como individuos, ni como institución, ni como sociedad. "Es preventivo. Pueden delinquir, causar un accidente o incluso ser atropellados por andar en ese estado", me dijo el mismo comandante que me negó el papel higiénico para los internos cuando le pregunté por qué traían siempre a los mismos infractores. 

Los observo recargado en la pared frente a los barrotes. Duermen profundamente. Cuando dormimos todos nos vemos iguales, sin defectos ni virtudes ni vicios. Sin divisiones. Será porque el sueño es lo más parecido a la muerte. En la muerte no hay diferencias, simplemente algunos la esperan sentados dentro de una burbuja de plástico y otros ayudan al cuerpo a morir de lo que le gusta. 

Entre más te involucras, más te percatas de que todo es un juego. Ganan quienes más fichas o balas tienen, quienes mejor imitan el lado más salvaje de las fuerzas de la naturaleza. Es una farsa que mantiene al status quo para no horrorizarnos al saber que, al final de cuentas, podemos ser barridos por una lluvia y no somos más que esos teporochos apestosos. Hacemos como que no lo sabemos; fingimos estar detrás de barreras invisibles e indestructibles que sólo pueden ser penetradas por quienes consideramos iguales a nosotros. Qué gran payasada tan conveniente. 

Escucho el portón gris retumbar. El oficial Alamilla entra al área de celdas. Quienes operan las cámaras de seguridad, al verme recargado inmóvil frente a los calabozos, llamaron a barandilla para preguntar "si había algún problema". "No hay ningún problema", le digo al oficial Alamilla. En eso, La Chilindrina se despierta, se pone de pie y se aferra con las manos a un par de barrotes. "Oye, Tavo: ¿no habrá un panecillo o un taquillo por ahí?". Su aliento todavía apesta a solvente. El oficial Alamilla lo reprende golpeando la macana en un travesaño: "¿Cuál Tavo, pendejo? Dile Licenciado". Sergio me voltea a ver con ese halo de lucidez que a veces tiene. Le dirijo una mirada al oficial Alamilla y le digo: "Así me llamo: Gustavo; y él se llama Sergio". El oficial no deja de mirar a La Chilindrina, desafiante. Después, se retira. "Ya ni usted que es Licenciado anda con esas chingaderas", me dice Sergio. "No soy Licenciado, soy Gustavo", le digo antes de ir por unos panes para que desayunen los internos.