lunes, diciembre 13, 2010


Cuando pude quitarle del hocico al Cucho –a patadas y chingadazos en la cabeza- ya era muy tarde. La quijada del Bull Terrier había triturado las costillas de mi perro y perforado un pulmón. En el quirófano, con las pocas fuerzas que le quedaban, Cucho buscó mis manos para tender su cabeza sobre ellas y lamió mi muñeca.

Si yo no fuera yo, posiblemente me burlaría de las personas que hablan de las muertes de sus mascotas. De ridículas, cursis y exageradas no las bajaría. Pero lástima, soy yo. Y no, no soy el único ni el primero ni el último que pasa por una situación de éstas, pero algo así duele igual que cuando eras niño.

Es extraño sentir tanto por un perro habiendo tantas desgracias en el mundo. Me parece egoísta llorar por un animal que lo recibió todo cuando muchos humanos no reciben ni la mitad de ese cariño en toda su vida. Pero, desgraciadamente, la humanidad no es mi responsabilidad y, honestamente, querer al prójimo cuando no lo conozco o no piensa igual que yo, se me dificulta mucho. Por eso la gracia de los perros.

Pocos sentirán lo que aquí escribo. Quizá sólo aquellos que tengan mascotas, que sean personas solitarias, que estén locos, que tengan pocos amigos o mucho corazón o sepa la fregada... Sólo quería compartirlo.