jueves, enero 21, 2010

El niño, la niña y el pez

Después de mis arrebatos conspiracionistas y paranoides de ayer, paso a otra cosa.

Mucha gente me pregunta que qué pedo con el libro Diarios del Fin del Mundo. Algunos dicen que no se animan a comprarlo si no leen algún fragmento primero. Les aviso que ya sólo quedan 100 ejemplares de los 500 que sacamos y, para que vean que no soy gacho y se animen a apoyar esta noble causa para alimentar a los blogueros pobres, ahí les va un pequeño fragmento de mi texto titulado: "El niño, la niña y el pez".

"Antier cumplí años. No hubo piñata ni invitados, sólo el pastel de chocolate que siempre prepara mi abuela. Cumplir años en martes no es igual que cumplir en viernes o sábado: es muchísimo más aburrido.

Por culpa de la maestra de inglés, que me pasó al frente para cantarme el happy birthday, los del salón se enteraron que cumplí diez, y en todo el día no dejaron de molestar con lo mismo: ─ ¡Tienes diez y te apestan la cola y los pies!─. En el recreo estuve a punto de pelearme con Godzilla, uno de sexto que, aparte de burlarse de mí, me dio una patada en las nalgas. El muy marica salió corriendo cuando me vio con el puño levantado. Estará muy grandullón, pero no deja de ser un mariquita.

Cuando llegué a casa, papá y mamá me tenían una sorpresa: un pez. Me emocioné mucho porque siempre quise tener uno. Fabi, mi hermana menor, dijo que se parecía a “Memo”; quiso decir “Nemo”, el de la caricatura, pero todavía está chiquita y no sabe pronunciar bien la ene. Mamá me preguntó que cómo me había ido en la escuela, yo le dije que muy bien; no la vi a los ojos porque siempre que la veo me descubre las mentiras.

Nemo es anaranjado, vive en una esfera de vidrio con piedritas de colores y una planta de plástico en el fondo. Cuando abro las cortinas del cuarto, sus aletas se ponen doradas y el agua del tanque refleja un arco iris que baila sobre el mueble. Hoy no he abierto las cortinas porque Sofi, mi otra hermana, todavía duerme.
Cuando sepa que hoy no vamos a ir a la escuela se va a poner muy contenta.

Acabo de llamar a papá, pero no me contestó. De seguro es porque en los hospitales no dejan usar el celular porque despiertas a los enfermos. Comoquiera ya le dejé dos mensajes para que no olvide la comida de Nemo. Es que ayer, antes de dormirme, le di trocitos de pan y galleta molida, pero creo que no le gustaron porque todavía hay pedacitos flotando en el agua.

Sofi brinca de la cama como una catapulta y lo primero que hace es saludar a Nemo rasguñando con un dedo el vidrio de su pecera. Abro las cortinas y las escamas de mi pez brillan igualito que el sol.

Sofi tiene hambre. Le digo que papá y mamá llevaron a Fabi al doctor y que no van a poder hacernos el desayuno ni llevarnos a la escuela, pero no se pone tan contenta como creí. Antes de salir mamá dijo que llamara a la abuela o pidiera los tacos que a veces pedimos los domingos, los del imán amarillo que está pegado en la puerta del refri.

Sofi cree que Fabi vomitó toda la noche por comer tanto pastel en mi cumpleaños. Yo pienso lo mismo. Le digo que vayamos a la cocina, pero no quiere dejar solo a Nemo, por lo que cargamos con mucho cuidado la pecera y la ponemos en la mesa del comedor. Tiramos tantita agua sobre el mantel. La mancha que se forma es idéntica al conejo de la piyama de Sofi. Cuando se lo digo, sonríe.

El teléfono de mi abuelita suena más de veinte veces. No contesta. Ha de estar dormida. Sofi destapa la jaula de los canarios porque mamá lo olvidó. Cuando marco de memoria el número del imán, Sofi grita muy fuerte. El teléfono se me cae del susto y la tapita donde van las pilas sale volando.

Hay tres canarios muertos. Tienen sangre en el pico y las plumas. El único que está vivo se ve muy triste: ya no canta ni se mece en el columpio de su jaula.
Sofi se pone a llorar, ─Le dije a mami que los soltara para que volaran en el cielo─. La abrazo para que no los vea. Le digo que los enterremos en la jardinera donde mamá tiene sus flores. ─Los canarios ya están en el cielo, hermanita, donde siempre quisiste que estuvieran─. Sofi me dice que sí moviendo la cabeza. Tiene los cachetes llenos de lágrimas y absorbe los mocos que se le quieren escurrir.

Abro el cajón de arriba del gabinete y agarro un cucharón para usarlo como pala.
Las flores de mamá están marchitas y el aire de afuera huele feo, como cuando los vecinos queman basura. Sofi hace un pozo en la tierra con el cucharón. A veces se talla los ojos y le digo que no lo haga porque le va a entrar tierra y le van a picar, pero no me hace caso. Los labios le tiemblan, como si quisiera llorar otra vez.

Corro a la cocina por los canarios. El único vivo está tirado sobre la tapita del frasco de mayonesa que usan para beber agua. Respira muy rápido, con el pico abierto. El pajarito me mira, como si me pidiera ayuda. Cuando abro la puertita de la jaula, su cabecita le cuelga y un chorro de sangre le sale del pico. Deja de respirar, como si se le desinflara el cuerpo. No sé qué pasa. No debo asustarme. Antier papá me dijo que ya tengo diez, que soy el hombre de la casa y debo cuidar a mis hermanas cuando él o mamá no estén.

Envuelvo al canario en el delantal que está colgado en la agarradera del horno y lo echo hasta mero abajo del bote de la basura. Si Sofi me pregunta por él, le diré que voló cuando abrí la jaula.

Sofi tiene la carita llena de tierra. Le brillan los ojos cuando le digo que el canario voló. Voltea hacia los árboles y al cielo gris para buscarlo. ─Uy, ya debe de ir bien lejos─ le digo. Me siento mal por echarle mentiras y por haberlo tirado al bote de la basura.

Metemos los canarios muertos al pozo. La tierra del fondo está fría. Sofi hace pucheros, no quiere que se les suban las hormigas, pero es imposible. Cuando tapamos el hoyo, empiezan a caer muchas gotas: como si lloviera de color rojo. Es Sofi que le sangra la nariz..."

¡Cómprenlo si quieren ver en qué acaba, bwaaahahahahaha!