miércoles, enero 27, 2010

Clientes V.I.P.

Así los llaman ahora. Futbolistas alcohólicos, tetonas que dicen cantar, culonas que dicen actuar, funcionarios drogadictos, juniors prepotentes, empresarios mafiosos y escoltas armados.

“Gente exitosa” que no “se divierte” en cualquier lugar piojoso. Personas que se pueden “dar el lujo” de desvelarse hasta las 6 de la madrugada un lunes.

A eso aspira la mayoría de la juventud: a entrar en los lugares “exclusivos” que frecuentan estos buenos para nada.

He de confesar que alguna vez -de más chavo- estuve deslumbrado por ese ambiente fantoche, pues tuve una novia de “familia bien” a la que le encantaba andar de pedota en los antros V.I.P.

Filas interminables para entrar después de la media noche, aguantando las humillaciones y criterios racistas de los imbéciles detrás de la cadena; aguantando las miradas de odio de los demás cuando tú entrabas y ellos no; tirando el poco dinero que ganaba en cervezas y copas de precios infladísimos. Todo por estar ahí.

Una noche, mientras mi ex levantaba la mano desesperada para que el de seguridad del lugar la viera y nos dejara entrar, me pregunté: “¿Qué vergas estoy haciendo aquí?” Me sentí tan mal conmigo mismo. Tan imbécil.

Me fui de ahí. Ni siquiera me despedí. Imagino que esa noche creció mi fama de “novio extraño” entre las retrasadas mentales de sus amigas.

Al día siguiente hablé para disculparme y terminar la relación. Volví a ser yo.

Clientes V.I.P. Dejen me río: ja ja ja. Para mí no son más que la pelusa de mi ombligo, el queso de los dedos de los pies y el sudor añejo que se forma entre los huevos.