lunes, diciembre 03, 2007

Mamá: No quiero ser chambelán.

Hace 15 años, mi guapura florecía cual guayabo en primavera. En aquella época, un servidor -yo, para los que no entendieron- era muy solicitado como chambelán para las fiestas de quince años de vecinitas, hijas de comadres y demás niñas ñoñas del barrio. Siempre me negué, rompiendo el corazón de todas y evitándoles una vergüenza pública con mis atarantados pasos de baile.

Recuerdo que una vez, la mamá de una niña trató de sobornarme con una gorra de los Bulls de Chicago que me había traído de McAllen, Texas, como regalo para que aceptara. En aquella época andaba de moda ese equipo, cosa que, obviamente, a mí me valía verga, como todos los deportes. Me quedé con la gorra –y creo que se la vendí a un amigo que tenía sueños húmedos con Michael Jordan- y me negué a ser chambelán por milésima vez.

Después de muchos años, la gente entendió el mensaje de: "Favor de no estarme chingando" y no me volvieron a pedir ser chambelán de niñas-nalgas-miadas, ahorrándome la pena de decirles mi ya famoso y rotundo NO. A causa de eso, me convertí en el "raro", el "amargado", el "antisocial" el "cero cool", "el chavo al que no le gustan las fiestas" y de más estigmas que a cualquier adolescente pendejo le pesarían y lo pondrían al borde del suicidio. Pero a mí nel. Recuerdo que hasta mi madre se preguntaba qué había hecho mal para tener un hijo así: un hijo que no quería ser chambelán como todos los muchachitos normales de su edad. ¡Ay, snif! Qué tragedia…

Pero así fue. Desde temprana edad no podía prestarme a esas mamadas; mi integridad me lo prohibía. No podía fomentar esas payasadas, ni promover esos eventos atroces del ridículo personal en público para beneplácito de otros y el alimento personal del orgullo de a tres centavos de los padres.

¿Que por qué llamo payasadas a estos bonitos eventos que, ¡ay!, con tanto esfuerzo le organizaban sus papás a la quinceañera en su día?

Bueno, pues porque los chambelanes de aquella época –principios de los noventa- tenían que ir tres veces por semana, dos horas, a "ensayar sus pasos de baile" (¡háganme el chingado favor!) con un mariconchas de moda que creo que se llamaba Ricky Barragán (pero ahora le dicen Ricky Barrigón, porque los años no le pasaron en vano), que era bailarín, coreógrafo y loca profesional. Entonces, los chambelanes tenían que ir al estudio de este güey a practicar sus coreografías “modernas” y aprenderse los pasos de “Can´t Touch This” de MC Hammer o “Short Dick Man” de Gillete a la perfección para bailarlos el día de la fiesta con la cumpleañera; mientras la loca (no la festejada, el coreógrafo) gritaba, regañaba y se paniqueaba porque a los puñetas de los chambelanes no les salía bien el pasito de “la garra”, o la vuelta "en remolino”, o no estaban en sincronía cuando se tiraban al piso a hacer “la araña” para después pararse con “el paso del gusanito”. ¡Dios mío con esos nombres!. Aparte de todo lo anterior, había que comprar un vestuario multicolor, pantalones bombachos y mil mamadas más que rayaban en lo grotesco y que pocas veces pagaban los padres de la quinceañera.

Cabe mencionar que mis compas de la cuadra se sentían soñados cuando les pedían ser chambelanes. Chaaale…

No sé si yo era el que estaba mal por no ser tan simple y feliz como ellos, o ellos por ser felices con esas pendejadas tan simples.

En fin. Ya me desahogué. Buen lunes. Ahí luego les cuento más aventuritas.